Trump no solo ha reactivado los permisos, sino que además ha ordenado cancelar el estudio ambiental suplementario iniciado por la administración anterior y restablecer el informe de impacto de 2020, que había dado luz verde al proyecto. Con esta decisión, el gobierno pretende agilizar el desarrollo de nuevas fuentes de minerales estratégicos como cobre, zinc y cobalto, esenciales para la industria tecnológica y energética de Estados Unidos.
La noticia llegó acompañada de otro movimiento inesperado: el Estado estadounidense ha invertido 35,6 millones de dólares para adquirir un 10 % de la compañía Trilogy Metals, una minera canadiense que controla junto a la australiana South32 la empresa conjunta Ambler Metals, responsable del desarrollo de la zona. Además, el gobierno se reserva el derecho de aumentar su participación hasta en un 7,5 % adicional mediante futuros warrants.
El anuncio ha tenido un impacto inmediato en los mercados. Las acciones de Trilogy Metals se dispararon más de un 200 % tras conocerse la noticia, reflejo del entusiasmo inversor por un proyecto que llevaba años paralizado. El acceso terrestre a Ambler es clave para explotar uno de los mayores yacimientos de cobre sin desarrollar del país. Según estudios recientes, los proyectos en la zona podrían tener una vida útil superior a los 15 años, con márgenes de rentabilidad elevados gracias a la creciente demanda global de metales para baterías y vehículos eléctricos.
Sin embargo, la medida ha reavivado un debate que lleva años dividiendo a Alaska. Diversos grupos medioambientales han denunciado que el proyecto podría afectar seriamente al ecosistema del norte del estado y alterar las rutas de migración de especies como el caribú. También las comunidades nativas han mostrado preocupación por la falta de consulta y el posible daño a sus medios de vida tradicionales.
Desde el punto de vista político y económico, la decisión encaja con la estrategia de Trump de reducir la dependencia estadounidense de minerales importados, especialmente aquellos que provienen de China. El acceso a recursos nacionales se ha convertido en una prioridad para Washington ante la competencia global por el suministro de materiales críticos. En este contexto, la carretera hacia Ambler representa mucho más que una simple obra de infraestructura: es un símbolo del impulso hacia la autosuficiencia minera del país.
Para los inversores, el anuncio supone una oportunidad y un riesgo a partes iguales. Por un lado, el apoyo estatal reduce la incertidumbre regulatoria y da respaldo institucional al proyecto. Por otro, las tensiones medioambientales y los posibles litigios podrían retrasar o incluso frenar su desarrollo. La complejidad geográfica y climática de Alaska también representa un desafío técnico y financiero de primer orden.
El futuro del proyecto Ambler dependerá de la capacidad de conciliar desarrollo económico con sostenibilidad ambiental. Si logra avanzar, podría abrir una nueva etapa para la minería estadounidense y consolidar a Trilogy Metals como un actor central en la producción de minerales estratégicos. Si fracasa, será recordado como un intento ambicioso pero imposible de compatibilizar con la protección del entorno natural.
