El anuncio del aumento de producción por parte de OPEC+ fue interpretado como una maniobra mesurada. No se trató de una explosión de oferta, sino más bien de una contribución controlada: 137.000 barriles diarios para noviembre. Esa cifra, que coincide con el incremento del mes anterior, rompe con las especulaciones de alzas agresivas. Y el mercado reaccionó: el Brent se ubicó alrededor de 65,70 dólares el barril y el WTI cerca de 61,90, cifras que capturan un repunte moderado tras días de incertidumbre.
¿Por qué esta cautela? En primer lugar, porque ciertos miembros del cartel siguen enfrentando limitaciones técnicas o estructurales que impiden aprovechar al máximo su capacidad. No es lo mismo prometer que ejecutar. En segundo lugar, porque el aumento de oferta fuera del bloque —por ejemplo, en EE. UU., Brasil o Guyana— continúa con fuerza, restando margen de maniobra. Y finalmente, porque la demanda global no muestra señales robustas de empuje: un estancamiento económico, políticas ambientales más estrictas y cambios en el consumo energético podrían reducir la velocidad de crecimiento del crudo.
A esto se suma otro riesgo: el exceso de oferta latente. Varios analistas estiman que ese riesgo será más claro hacia finales de 2025 y comienzos de 2026. En ese contexto, los inventarios podrían acumularse, y la estructura de precios futuros podría virar hacia un mercado “contango” —es decir, futuros más caros que el precio spot—, lo que usualmente refleja expectativas de exceso de oferta.
No hay que perder de vista los factores geopolíticos: sanciones, ataques a infraestructuras, o decisiones inesperadas en países clave pueden desencadenar saltos o caídas abruptas en los precios del crudo. Por ejemplo, un daño a las refinerías rusas o nuevas sanciones podrían reducir flujos y reajustar el equilibrio.

