Durante las últimas semanas, el termómetro de la confianza global ha apuntado directamente a Tokio. Con la llegada de Sanae Takaichi al poder, el Gobierno japonés ha lanzado un mensaje claro a los mercados: continuar con las políticas expansivas, fomentar la competitividad y mantener los tipos de interés bajos para sostener el crecimiento. La combinación de estas medidas ha desatado una fuerte entrada de capital extranjero, con más de 4,3 billones de yenes —unos 29.000 millones de dólares— en compras netas de acciones en apenas quince días, el volumen más alto en más de 18 años.
El Nikkei 225 ha respondido con euforia, superando los 49.000 puntos y consolidándose como uno de los índices con mejor desempeño de 2025. La comparación con los mercados occidentales también juega a su favor: mientras el Nasdaq o el S&P 500 cotizan con valoraciones muy elevadas, el mercado japonés mantiene múltiplos más razonables, lo que lo convierte en una opción atractiva para la rotación de carteras globales.
Además, el yen débil ha añadido otro impulso. Aunque su depreciación puede reducir los retornos para los inversores extranjeros, también favorece a las grandes exportadoras niponas —como Toyota, Sony o Panasonic—, que se benefician de una moneda más competitiva. Este escenario ha llevado a muchos fondos internacionales a aumentar su exposición a Japón como forma de diversificar frente a los riesgos en EE. UU. y Europa.
Sin embargo, no todo es optimismo. Japón sigue arrastrando una deuda pública superior al 260 % de su PIB, una cifra que preocupa a los analistas ante la posibilidad de un mayor gasto fiscal. Además, la reciente alianza política entre el Partido Liberal Democrático y el Japan Innovation Party genera cierta incertidumbre sobre la estabilidad del nuevo gobierno. Si las medidas económicas no se concretan o si la inflación vuelve a repuntar, parte de este entusiasmo podría disiparse rápidamente.
Desde la Academia Finantres observamos que el llamado “efecto Takaichi” no solo refleja un cambio político, sino también una oportunidad estructural: Japón ofrece un mercado sólido, con empresas de calidad, tecnología puntera y un entorno económico más previsible que otros países asiáticos. Sin embargo, el éxito dependerá de la consistencia de las reformas y de la evolución de la divisa, dos factores clave para sostener el impulso actual.
Para los inversores europeos y españoles, esta situación abre la puerta a una oportunidad de diversificación inteligente. Incorporar exposición a renta variable japonesa puede equilibrar carteras demasiado concentradas en Estados Unidos o Europa. Eso sí, siempre conviene hacerlo con una visión de medio o largo plazo y controlando el riesgo de divisa, ya sea mediante coberturas o fondos que lo gestionen activamente.
En definitiva, Japón vuelve a ser protagonista en el mapa global. Su nueva etapa política, las valoraciones atractivas y la oleada de capital internacional apuntan a un ciclo prometedor. Pero como toda oportunidad de mercado, también exige cautela. El país del sol naciente ofrece brillo, sí, pero los inversores más prudentes sabrán que no todo lo que reluce es oro.

