Desde que se conoció el plan de alto el fuego, los inversores han empezado a quitar del tablero el “riesgo Oriente Medio” como motor principal del alza petrolera. El temor de que el conflicto se expandiera a otros países y afectara rutas clave —como el estrecho de Ormuz— se relajó. Eso provocó que el crudo comenzara a cotizar con menor prima política, y por consiguiente bajara.
No obstante, esa tregua no es garantía de cambios reales en el flujo de producción. En el Medio Oriente, los anuncios de mayores volúmenes de oferta siguen siendo más promesa que realidad. Los países miembros de OPEC+ acordaron subidas, pero hasta ahora esas subidas no se manifiestan plenamente en el mercado. Esto deja abierta la puerta para que cualquier sobresalto inesperado vuelva a disparar los precios.
Al mismo tiempo, otros factores acompañan esa caída. El dólar se fortaleció frente a otras monedas, lo que encarece el crudo para compradores que no operan en dólares. Y varios indicadores económicos apuntan a una demanda global más delicada, especialmente en economías emergentes y en Asia, donde el consumo energético tiende a reflejar con más rapidez las ralentizaciones.
Mirando hacia adelante, el mercado queda en una zona de tensión latente. Si la tregua se quiebra o no se cumple, el componente geopolítico podría reaparecer con fuerza. Si la demanda se debilita aún más, habrá caídas adicionales. Y si la oferta prometida se despliega finalmente, podríamos ver presión bajista sostenida.
Este momento nos recuerda que en el mundo del petróleo, los giros diplomáticos pueden mover las cotizaciones casi de la noche a la mañana, pero solo los fundamentos —producción efectiva, flujos reales y demanda firme— sostienen las tendencias en el mediano plazo.

