Durante la última sesión, el cobre se disparó casi un 2 % y alcanzó niveles por encima de los 11.000 dólares por tonelada, una cifra que no se veía desde mediados de 2024. La subida no es casual: se explica por una combinación de factores que amenazan con alterar profundamente la dinámica del mercado.
Todo comenzó con el accidente en la mina Grasberg, en Indonesia, una de las mayores del planeta. Un deslizamiento obligó a detener la actividad, afectando directamente al flujo de suministro mundial. A este golpe se sumó la drástica caída de producción en El Teniente, en Chile, tras un accidente que paralizó parte de las operaciones y redujo la extracción de la estatal Codelco en torno a un 25 % durante agosto. Estos acontecimientos han encendido todas las alarmas en un mercado ya ajustado.
Los informes más recientes del International Copper Study Group (ICSG) confirman que las perspectivas de superávit han quedado atrás. Ahora se prevé un déficit global de unas 150.000 toneladas para 2026, un giro importante que está modificando las estrategias de bancos y fondos de inversión.
En paralelo, la política monetaria también está jugando su papel. El debilitamiento del dólar estadounidense y las expectativas de que la Reserva Federal empiece a bajar tipos antes de final de año están impulsando la demanda de metales industriales, con el cobre a la cabeza. Los inversores lo ven como un activo estratégico en una economía que vuelve a apostar por la expansión y la inversión en infraestructuras.
A este contexto se suma un fenómeno que ya no es coyuntural, sino estructural: la transición energética y tecnológica. Los vehículos eléctricos, las redes eléctricas inteligentes, el desarrollo del 5G y los centros de datos que impulsan la inteligencia artificial dependen del cobre como elemento esencial. Pero mientras la demanda avanza a gran velocidad, la oferta crece lentamente, lastrada por años de falta de inversión, altos costes operativos y trabas regulatorias.
El resultado es un mercado cada vez más ajustado, donde cualquier interrupción puede desencadenar fuertes movimientos de precios. En las mesas de trading, la lectura es clara: el cobre no solo refleja la fortaleza del crecimiento global, sino también la vulnerabilidad de la cadena de suministro.
Para los traders, el escenario abre tanto oportunidades como riesgos. Si bien los niveles actuales parecen elevados, los fundamentos sugieren que las caídas podrían ser limitadas. Un retroceso temporal podría incluso servir como punto de entrada para quienes confían en la tesis de déficit estructural a medio plazo.
Lo cierto es que el cobre está dejando de ser solo un termómetro del ciclo económico. Hoy se ha convertido en el epicentro de la transformación energética y tecnológica del planeta. Y en ese nuevo contexto, todo apunta a que su precio seguirá siendo protagonista.

