La administración norteamericana, liderada por Donald Trump, está manteniendo conversaciones con algunas de las principales empresas del sector cuántico para tomar participaciones directas en su capital. El movimiento, adelantado por el Wall Street Journal, supone un cambio radical en la forma en que el Estado impulsa la innovación tecnológica. Hasta ahora, el apoyo público se centraba en subvenciones y ayudas a la investigación, pero esta vez Washington quiere ir más allá: convertirse en socio de las compañías que considera estratégicas para el futuro.
Entre las empresas implicadas figuran IonQ, Rigetti Computing y D-Wave Quantum, tres de los nombres más avanzados en computación cuántica. Otras firmas como Quantum Computing Inc. o Atom Computing también estarían evaluando acuerdos similares. Según las negociaciones actuales, cada una podría recibir al menos diez millones de dólares a cambio de dar entrada al Gobierno en su accionariado o en un esquema de participación futura ligado a resultados.
Este paso refleja un cambio profundo de estrategia. Estados Unidos considera que la computación cuántica ya no es solo una cuestión científica, sino una herramienta clave de poder económico y de seguridad nacional. La capacidad de resolver cálculos complejos en segundos podría redefinir sectores como la inteligencia artificial, la defensa o las finanzas, por lo que Washington no quiere depender exclusivamente del sector privado.
El efecto en bolsa fue inmediato. Las acciones de IonQ subieron más de un 13 %, las de Rigetti cerca del 12 % y D-Wave Quantum superó el 16 % en pocas horas. Los inversores interpretaron la noticia como una señal de respaldo oficial y un impulso a largo plazo para la industria. En un momento en el que la computación cuántica aún lucha por alcanzar la madurez comercial, tener al Gobierno como socio puede suponer un cambio de ritmo.
Este tipo de intervención pública recuerda a lo que ya ocurrió con Intel hace unos meses, cuando el Gobierno estadounidense decidió convertir en acciones parte de los 9 000 millones de dólares en ayudas destinadas a la compañía. En ambos casos, la lógica es la misma: si el Estado asume parte del riesgo, también quiere participar en los beneficios futuros.
El contexto internacional también ayuda a entender la urgencia de este movimiento. China lleva años destinando miles de millones a su programa cuántico, y Europa ha lanzado su propia “Quantum Flagship” para no quedarse atrás. En ese escenario, Washington busca asegurar que las empresas estadounidenses sigan liderando la carrera global.
Para los inversores, esta noticia abre un nuevo frente de oportunidades, pero también de cautela. La computación cuántica tiene un enorme potencial, pero sigue enfrentándose a retos técnicos y de escalabilidad. A día de hoy, los ordenadores cuánticos todavía no son útiles para la mayoría de las aplicaciones prácticas, y los plazos para su despliegue comercial son inciertos. Sin embargo, el respaldo gubernamental puede acelerar su desarrollo y atraer más capital privado, lo que podría traducirse en un crecimiento sostenido del sector.
En España y Europa, el movimiento de Estados Unidos puede tener repercusiones importantes. A medida que el país norteamericano intensifica su apuesta, el Viejo Continente se verá presionado para aumentar su inversión en tecnologías cuánticas. Además, los fondos europeos con exposición tecnológica podrían beneficiarse indirectamente de este renovado interés por el sector.
La computación cuántica promete ser la próxima gran revolución, comparable a la llegada de internet o la inteligencia artificial. Su capacidad para procesar información de manera exponencial podría transformar industrias enteras, desde la farmacéutica hasta la energética. Que el Gobierno estadounidense decida implicarse directamente en su financiación demuestra que ya no se trata de ciencia ficción, sino de una realidad estratégica y económica.
En los próximos meses, se espera que las negociaciones con IonQ, Rigetti y D-Wave se concreten en acuerdos formales. Si esto ocurre, podría desencadenarse un efecto dominó en el mercado tecnológico, impulsando tanto a las empresas cuánticas cotizadas como a otras que trabajen en sectores relacionados.
Para los inversores españoles, la lección es clara: vigilar el avance de la computación cuántica ya no es opcional, sino necesario. Quien logre anticiparse y entender el impacto de este cambio podrá posicionarse antes de que el sector se consolide. Eso sí, sin dejarse llevar por la euforia: la historia demuestra que las tecnologías emergentes generan tanto oportunidades como burbujas.
En resumen, el hecho de que el Gobierno de Estados Unidos quiera convertirse en accionista de las empresas cuánticas más prometedoras confirma que esta tecnología ha dejado de ser una promesa y empieza a ser un campo de batalla económico y geopolítico. Y, como todo movimiento de gran calado, su impacto en los mercados podría ser duradero.

